jueves, 8 de febrero de 2007

Dividido

Vivo en dos mundos y en ninguno me siento agusto. A veces deseo ser un viajero para vagar por el mundo; otras, volverme un cínico contemporáneo y, las menos, cometer atrocidades (¡ay, nanita!), pero cuando estoy a punto de hacerlo, esa voz incómoda (ese daimón socrático) me reprime. He experimentado en carne propia el mito del carro alado que relata Platón en el Fedro. Aunque, he de reconocerlo: no soy un buen auriga. Ahora que lo reflexiono, creo que Nietzsche experimentó la misma sensación, pero él mandó todo al carajo. Nietzsche sí túvo la voluntad de poder requerida para decir no a su tarea de auriga y dejar que el caballo desbocado dirigiera el carro. Mi ánimo, por el momento, no posee dicha fuerza.

1 comentario:

Roberto Rivadeneyra dijo...

Es cierto, Nietzsche abandonó el auriga y con él dejó la razón. El manicomio fue su último hogar.