viernes, 26 de octubre de 2012

No dejes de escribirme

No dejes de escribirme.

Mike, deja de hacer lo que estás haciendo. Agarra tus cosas y ¡córrele porque se nos va el tren! Fernando y Luis me estaban correteando. Ya era tarde y yo no podía dejar de escribir. Partíamos hacia Filipinas y ya estábamos un poco retrasados. Me levanté del suelo y mientras lo hacía todas las hojas en las que había escrito se cayeron... Un amable señora levantó algunos de esos papeles y con una sonrisa me los entregó. Sentí pena porque ella fue más rápida que yo para inclinarse, sólo pude agradecerle. No pude recuperar todos los fragmentos de aquella carta... Aunque esta no era la carta inicial, creo que los fragmentos recuperados cuentan una historia que merece ser contada. Una historia extraña, pero creo que algunos se sentirán identificados.

Recuerdo con dolor las últimas palabras y sólo puedo pensar que la vida quiere hacerme una mala jugada. De momento no supe qué hacer ni qué decir, parece que no hablaba contigo. 

No me dejes solo y menos si estoy tan lejos. 

Parecía que hablabas con un extraño y que me desconocías. Pareciera que el tiempo que hemos pasado juntos no hubiera valido la pena. Como si lo poco o mucho que hemos compartido se hubiera ido al caño. 

Ahora parto hacia un lugar lejano. Asia, el Pacífico, islas y bellas playas, pero no tiene sentido. 

No tengo lo que más quisiera en estos momentos... 

Tú. Te quiero a ti. Pero estás y no estás. 

Estás porque me sigues escribiendo y porque tengo la esperanza de que sea porque me quieres más allá de nuestra amistad, pero también pienso... 

(y vuelvo a pensar) que...

me escribes porque te sientes obligada. 

Sé que no te gusta eso de mí... que piense. Pero cómo dejar de hacerlo. 

....ahora que empiezo a sentir y a darle cabida al sentimiento, me vuelvo a quedar como antes, sin nadie a quién querer, sin nadie con quien querer... 

Tengo amigos y algunos "amigos"... 

Claro que me interesa tener amigos y a todos ellos los quiero, pero a ti no te quiero como amiga, 

más aún... 

no puedo verte como amiga. 




No quiero verte como amiga. 

Pero al mismo tiempo no estás, te siento distante y sé que tienes algo, no sé que sea. 

Ojalá pudiera ayudarte, ojalá pudieras confiar más en mí. Ojalá pudiera convencerte de que lo nuestro vale la pena. Ojalá la próxima vez que nos veamos sea para arreglar las cosas y no para acabarlas. 


Tengo miedo. Tengo miedo de que dejes de escribirme. No dejes de hacerlo. 

martes, 3 de julio de 2012

Regresando a las bases


La intención de este blog ha sido mi catarsis "espiritual". En algún momento señalé que veía a a la escritura como una catarsis. Aunque me sigue ayudando, no creo que me esté auxiliando como antes. Ahora encuentro cada vez más difícil escribir. Tengo un revoltijo en la cabeza y, aunque suene cursi, en el corazón. Estos días he estado pidiendo por ella, aun cuando no quisiera que dichas peticiones se hicieran realidad. Por el momento ella está, aparentemente, cerca de mí, pero si Dios me escucha, ella se irá de mi lado.


Qué doloroso es ver que aquella a quien amas, cambie la faz de su cara. Cómo su sonrisa desaparece de su rostro y notas tristeza y amargura en su mirada.


Me duele. Sigo roto. Seguiré engañandome, creo. Volveré a llenarme de actividades. Me refugiaré en el anime, los libros, la televisión, el blog, las fiestas, el gimnasio... Ocuparé todo mi tiempo. Me cansaré y no me daré tiempo para pensar en ella.


¿La he perdido? Yo pensé que sí, pero parece que no del todo. Creo que mañana me aseguraré.

Al final me decidí a publicar este post

Estoy solo. Rodeado de gente que me estima y me quiere, pero yo me siento solo. Otra vez. Sí, otra vez quiero ponerme a llorar. Quizá busque consuelo, no lo sé. Quizá sólo me baste ausentarme un momento del mundo. Sí, ausentarme, por un breve lapso. Sólo pido eso, no más. ¿Para qué? Para no sentir que desperdicio mi vida... para no sentir que aún no encuentro por qué vivir. No hay nada que me apasione. Nada. En las lecturas encuentro un buen refugio. ¿Qué hacer? ¿Qué quiero de mi vida? ¿Qué quiero disfrutar? ¿Los amigos? Estoy en esa etapa donde (y me disculpo con ellos, en verdad) los siento como una carga. Nada me emociona, nada me pone alegre. Nada me entusiasma. Bueno sí, hay algo que me entusiasma, la vida errante de un vagabundo. Pasar los días que me resten de vida sin una preocupación fija como: mantener un empleo para pagar tus deudas. ¿Deudas? ¿En verdad ya no disfruto nada? Me siento descorazonado. Vacío. Engañado. ¿Qué hago? ¿Rezar? Lo he intentado y no pasa nada (quizá no he sido paciente). ¡Ya sé, ya sé qué otra cosa me entusiasma! No preocuparme de nada y viajar... Oh, ingenuidad. Permanecer viendo las nubes. Sí, estar recostado en el pasto y ver las nubes. Disfrutar de mi soledad. Estar solo. ¿Será que eso es lo que quiero? Estar solo y no ser molestado por nada. He perdido a un gran conversador, a un amigo que, al igual que yo, creo que se siente solo. Ojalá me equivoque. Ya ni escribir se me antoja. No me interesa mi trabajo. No me gusta. No quiero hacerlo. El problema es que no quiero hacer nada. Sólo descansar. No quiero salir. Quiero una vida fácil. Falsa esperanza. Pero ¿por qué la veo como plausible?


Me siento desperdiciado. Ojalá nunca publique este post. No sé que lleguen a pensar. Si llego a hacerlo, pediría sinceridad en sus comentarios.

Esperanza, mi abuela

Mis catarsis dependen mucho del tiempo o de la compañía que tenga. En esta ocasión el tiempo me sobra. He tratado de reflexionar sobre muchas cosas en estas horas, desde mi primer año en el MBA, las amistades que que he empezado a sembrar, el trabajo de verano que estoy a punto de iniciar el tiempo que dejaré de ver a las personas que quiero, mi primera cita con E. Pero también pienso en el fallecimiento de mi abuela Esperanza.
Ella, al igual que el resto de mis tíos, tenía tres nombres: María Aurora Esperanza. Por algunas confusiones administrativas en el Registro Civil, mis tíos y mi papá tiene el apellido materno de mi abuela (Romero), en lugar del paterno (Sandoval). Aunque jurídicamente podría ponerse en duda el parentesco de mi abuela, eso no puede hacerse ni genética ni moralmente. Tanto en el rostro como en las actitudes o el carácter de sus hijos, nietos y bisnietos se reconoce la herencia y el ejemplo de vida que fue "Pelancho" para nosotros.
Como toda mujer mexicana su primera preocupación siempre fue su familia. Siempre callada, pero siempre preocupada por sus hijos. Humilde, abnegada, sencilla. Preocupada por atender a sus hijos cuando la visitaban: "Anden, hijos, coman", decía, aunque ella no hubiera desayunado. A pesar de que la mayor parte del tiempo la veía seria, también recuerdo su risa y su sonrisa. No obstante su edad, también rememoro que nunca dejó de ser "coqueta": tenía el cabello largo y siempre se peinaba de trenzas. No olvido lo paciente que era con sus nietos cuando éstos hacían travesuras. Tan paciente era que su palabra más grosera era: "cabresto". Le molestaba escuchar groserías, es más cuando alguien las escuchaba mi abuela lo reconvenía: "Ora, tú, has de pensar que caes diciendo tanta peladez". También recuerdo que solía repetir la última oración que había dicho mientras conversaba. En mi infancia recuerdo que pasaba algunas temporadas en nuestra casa.
Creo que llegué a quererla más que a mis otras abuelas porque nunca me dio mal ejemplo,nunca perdió la paciencia ni la escuche gritando o hablando mal de la gente. Procuraba rezar diario e ir a misa los domingos. La admiro y la respeto porque a pesar de su condición en los últimos meses, siempre trató de ser autosuficiente (nadie la cuidaba), y le preocupaba incomodar a los demás por su estado.
Abuela, como un sencillo e insignificante homenaje, sólo quiero agradecerte por ser quien fuiste. Por enseñarme a ser un hombre sencillo, agradecido y servicial, pero, sobre todo, por mostrarme que el mejor regalo que puedes dar a la vida es tener una familia enorme y aún más importante una familia unida. Me enorgullezco de pertenecer a esa familia. 

Muchas gracias, Abuelita.

domingo, 22 de enero de 2012

Noticias inesperadas

He recibido una noticia que me ha dejado frío. Mi abuela ha empezado a llamar a sus hijos, pues, según me dijeron, parece que se quiere "despedir". Encontré a mi madre llorando y no he podido consolarla. No quise hacerlo. Espero que sea una falsa alarma, pues deseo que mi abuela nos siga "dando lata". Quisiera pedirle otra vez que me dé un beso y que, sin dudarlo, lo haga. Y que, una vez me lo haya dado, me diga: "¿No quieres otro?"
Hace poco estuvo con nosotros y me duele reconocer que ya no está bien. Divaga mucho, habla de personas que conoció en su juventud y que ya murieron. Confunde fechas, personas, lugares... Aunque me reconoce como su nieto, no recuerda mi nombre. La verdad es que no me importa. Me basta con saber que soy su nieto y que Guadalupe Valdés es mi abuela.