martes, 3 de julio de 2012

Esperanza, mi abuela

Mis catarsis dependen mucho del tiempo o de la compañía que tenga. En esta ocasión el tiempo me sobra. He tratado de reflexionar sobre muchas cosas en estas horas, desde mi primer año en el MBA, las amistades que que he empezado a sembrar, el trabajo de verano que estoy a punto de iniciar el tiempo que dejaré de ver a las personas que quiero, mi primera cita con E. Pero también pienso en el fallecimiento de mi abuela Esperanza.
Ella, al igual que el resto de mis tíos, tenía tres nombres: María Aurora Esperanza. Por algunas confusiones administrativas en el Registro Civil, mis tíos y mi papá tiene el apellido materno de mi abuela (Romero), en lugar del paterno (Sandoval). Aunque jurídicamente podría ponerse en duda el parentesco de mi abuela, eso no puede hacerse ni genética ni moralmente. Tanto en el rostro como en las actitudes o el carácter de sus hijos, nietos y bisnietos se reconoce la herencia y el ejemplo de vida que fue "Pelancho" para nosotros.
Como toda mujer mexicana su primera preocupación siempre fue su familia. Siempre callada, pero siempre preocupada por sus hijos. Humilde, abnegada, sencilla. Preocupada por atender a sus hijos cuando la visitaban: "Anden, hijos, coman", decía, aunque ella no hubiera desayunado. A pesar de que la mayor parte del tiempo la veía seria, también recuerdo su risa y su sonrisa. No obstante su edad, también rememoro que nunca dejó de ser "coqueta": tenía el cabello largo y siempre se peinaba de trenzas. No olvido lo paciente que era con sus nietos cuando éstos hacían travesuras. Tan paciente era que su palabra más grosera era: "cabresto". Le molestaba escuchar groserías, es más cuando alguien las escuchaba mi abuela lo reconvenía: "Ora, tú, has de pensar que caes diciendo tanta peladez". También recuerdo que solía repetir la última oración que había dicho mientras conversaba. En mi infancia recuerdo que pasaba algunas temporadas en nuestra casa.
Creo que llegué a quererla más que a mis otras abuelas porque nunca me dio mal ejemplo,nunca perdió la paciencia ni la escuche gritando o hablando mal de la gente. Procuraba rezar diario e ir a misa los domingos. La admiro y la respeto porque a pesar de su condición en los últimos meses, siempre trató de ser autosuficiente (nadie la cuidaba), y le preocupaba incomodar a los demás por su estado.
Abuela, como un sencillo e insignificante homenaje, sólo quiero agradecerte por ser quien fuiste. Por enseñarme a ser un hombre sencillo, agradecido y servicial, pero, sobre todo, por mostrarme que el mejor regalo que puedes dar a la vida es tener una familia enorme y aún más importante una familia unida. Me enorgullezco de pertenecer a esa familia. 

Muchas gracias, Abuelita.

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