Mi abuela Guadalupe empieza a tener ciertos comportamientos propios de la vejez. Mi madre (su hija), mi papá y mi hermano se molestan mucho con ella porque en su afán de ayudar en las laboraes de la casa, siempre termina por entorpecer las actividades de los demás.
La abuela tiene muchísimas actitudes chuscas y, a la vez, deseseperantes. Por ejemplo, duerme mucho durante el día y por las noches camina en camisón por el patio. Se levanta diario a las siete de la mañana a lavar la ropa, que no es mucha, porque mi madre o mi hermano lavan cada dos días. Además, procuramos que no lave porque utiliza el cloro sin distinción alguna. En el proceso hemos perdido muchas prendas. Eso sí, ella nunca hace nada y le echa la culpa a mi tia Elvira.
También suele "embobarse" con la televisión ¡más que yo! y para colmo, cada que la novela en turno se va a comerciales, nos cuenta lo que pasó. Por si fuera poco, cuando alguien le explica cómo ha de tomarse las medicinas, siempre asiente y dice que sí, como si hubiera entendido todo, pero sucede todo lo contrario, porque cuando uno le pide que nos diga a qué hora tiene que tomarse las pastillas no sabe... ¡Nos ignora cuando le hablamos! Cuando hace eso me imagino a Homero Simpson cuando bloquea una conversación que no le interesa escuchar y sólo escucha un "bla bla bla..."para al final darles por su lado. Lo mismo hace mi abuela.
El último evento fue el que me animó a escribir esto, porque fue el que más me enterneció y el que más recordaré. Fue un lunes. Mi mamá estaba lavando, mi papá viendo la tele y mi hermano estaba enojado. Nadie decía nada. Me lo imaginaba, mi abuela había hecho una de las suyas. Entré al cuarto y ahí, sentada, como una niña regañada, estaba mi abuela. Acto seguido, entré a la cocina y entonces pude ver la travesura cometida.
Ese día, cuando salíamos a trabajar, mi madre le dijo a la abuela: Mamá, hay salchichas (entre muchas otras cosas) para que comas. Guísalas a tu gusto. Mi abuela "escuchó" y quiso entender: "Cocina las salchichas a tu gusto para que todos comamos a nuestro regreso". Como dije, no nos hace caso.
Así pues, mi abuela se dispuso a preparar la comida. Cocinó medio kilo de salchichas de pavo (mi hermano estaban furioso porque está haciendo pesas y su dieta se reduce a comer productos de pavo y átún). La abuela agregó a las salchichas casi un litro de una salsa exquisita. (Habíamos ido a El Seco, pueblo de mi papá, y mis tías nos regalaron toda esa gloriosa salsa.) Como el platillo no"espesaba", Guadalupe molió unos jitomates y los incorporó al menjurge. Esa tarde nadie se animó a comer el guiso. Tampoco mi abuela.