Ha pasado mucho tiempo y, quizá, ya no tenga en mente todos los detalles, pero lo esencial aparecerá en esta pequeña bitácora sobre mi viaje a las europas. Por cierto, disculparán la redacción. Por el momento no tengo tiempo para pulir el texto.
Pues bien, antes de mi partida, el plan era el siguiente: trabajar hasta las 3, comer y despedirme de mis amigos en el trabajo, para después dirigirme tranquilamente al aeropuerto. Todo empezó bien. Llegué a las 7 de la mañana, empecé a trabajar en la oficina de mi jefe, quien se encontraba en León y, además el edificio estaba vacío porque fue el 40 aniversario del Ipade y todos estaban ocupados atendiendo a los invitados.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de terminar mi trabajo, la impresora se puso sus moños y batallé con ella cerca de dos horas. Por si fuera poco, cuando por fin pude tener los documentos impresos, recibí un correo de mi jefe diciéndome que necesitba hacer modificaciones al documento que ya había impreso. Eran las 4 de la tarde y mi vuelo salía a las 6:30. Obvio no comí ni pude despedirme de nadie en el Ipade. Por fin, cuando pude hacer los cambios que mi jefe me pidió, salí corriendo hacia el aeropuerto. Llegué a las 5 de la tarde y afortunadamente no tardé para documentar el equipaje. Ese día fueron a despedirme mis papás, mi hermano y un amigo. Seré breve y sólo diré que todos teníamos el "Ojo Remi" al despedirnos.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de terminar mi trabajo, la impresora se puso sus moños y batallé con ella cerca de dos horas. Por si fuera poco, cuando por fin pude tener los documentos impresos, recibí un correo de mi jefe diciéndome que necesitba hacer modificaciones al documento que ya había impreso. Eran las 4 de la tarde y mi vuelo salía a las 6:30. Obvio no comí ni pude despedirme de nadie en el Ipade. Por fin, cuando pude hacer los cambios que mi jefe me pidió, salí corriendo hacia el aeropuerto. Llegué a las 5 de la tarde y afortunadamente no tardé para documentar el equipaje. Ese día fueron a despedirme mis papás, mi hermano y un amigo. Seré breve y sólo diré que todos teníamos el "Ojo Remi" al despedirnos.
Una vez que llegué a la sala de abordar, pude relajarme y liberar, hasta cierto punto, la tensión y el estrés. Sin embargo, empezaba a invadirme otra sensación. Nunca había viajado en avión y mi primer viaje sería muy largo. Todo era nuevo para mí, no sabía cómo funcionaba un aeropuerto, no sabía dónde esperar, dónde formarme, qué asiento tomar... Pero eso me emocionaba. Esa sentimiento ambiguo (miedo y gozo) la disfrutaba muchísimo. Ese tipo de sensaciones nos hace sentir vivos (LX).
Una vez que abordé el avión, me tocó viajar con una compatriota ya entrada en años y un señor que, al parecer, era holandés. Viajé en KLM y tenía que hacer una escala en Amsterdam antes de llegar a París. Pues bien, cuando el avión empezaba a tomar pista y miré a mis compañeros de vuelo, me percaté de que estaban de lo más tranquilos y serenos. Pensé: "¿Qué pensarán estos señores si me pongo ansioso e histérico? No serñor, no puedo permitir que se den cuenta de que me está poniendo nervioso esto de volar por primera vez". Así que, como en otras ocasiones, tuve que manifestar una actitud estoica. Cuando el avión despegó no sentí absolutamente nada. El avión dejó tierra y yo empecé a notar cada vez más pequeño el paisaje. Una vez en el aire, ya no me preocupé de nada, aunque mie estómago empezaba a reclamar alimento. Muchos dirán que la peor comida que se puede comer es la que sirven en los aviones, pero, cuando sirvieron la cena, la degusté y disfruté como nunca. Dormí unas 5 horas durante el vuelo. No necesité más.
Casi cuando estabamos a punto de aterrizar, empecé a hablar con mi compatriota y me enteré que iba a unas conferencias de la ONU en Suiza, aunque pasaría unos días antes en París (caray, de haberlo sabido antes, hubiera ganado un buen contacto jajaja). Al enterarse de que era mi primer viaje al extranjero y de los lugares que visitaría, me dio algunos consejos, sobre todo, acerca de qué lugares visitar en cada ciudad, qué museos visitar y cuánto tiempo dedicarles.
Cuando estabamos a punto de despedirnos nos dimos cuenta de que tomaríamos el mismo vuelo a París. Decidí seguirla, pues era un hecho que me perdería en el aeropuerto más grande de toda Europa. Cuando descendimos del avión nos dijeron que habíamos perdido la conexión a París. La señora me dijo: "No le hagas caso. No pudimos haber perdido el vuelo".
Una vez que abordé el avión, me tocó viajar con una compatriota ya entrada en años y un señor que, al parecer, era holandés. Viajé en KLM y tenía que hacer una escala en Amsterdam antes de llegar a París. Pues bien, cuando el avión empezaba a tomar pista y miré a mis compañeros de vuelo, me percaté de que estaban de lo más tranquilos y serenos. Pensé: "¿Qué pensarán estos señores si me pongo ansioso e histérico? No serñor, no puedo permitir que se den cuenta de que me está poniendo nervioso esto de volar por primera vez". Así que, como en otras ocasiones, tuve que manifestar una actitud estoica. Cuando el avión despegó no sentí absolutamente nada. El avión dejó tierra y yo empecé a notar cada vez más pequeño el paisaje. Una vez en el aire, ya no me preocupé de nada, aunque mie estómago empezaba a reclamar alimento. Muchos dirán que la peor comida que se puede comer es la que sirven en los aviones, pero, cuando sirvieron la cena, la degusté y disfruté como nunca. Dormí unas 5 horas durante el vuelo. No necesité más.
Casi cuando estabamos a punto de aterrizar, empecé a hablar con mi compatriota y me enteré que iba a unas conferencias de la ONU en Suiza, aunque pasaría unos días antes en París (caray, de haberlo sabido antes, hubiera ganado un buen contacto jajaja). Al enterarse de que era mi primer viaje al extranjero y de los lugares que visitaría, me dio algunos consejos, sobre todo, acerca de qué lugares visitar en cada ciudad, qué museos visitar y cuánto tiempo dedicarles.
Cuando estabamos a punto de despedirnos nos dimos cuenta de que tomaríamos el mismo vuelo a París. Decidí seguirla, pues era un hecho que me perdería en el aeropuerto más grande de toda Europa. Cuando descendimos del avión nos dijeron que habíamos perdido la conexión a París. La señora me dijo: "No le hagas caso. No pudimos haber perdido el vuelo".
Teníamos poco tiempo para abordar el otro avión y aún nos faltaba pasar por dos controles de equipaje y por migración. Afortunadamente pasamos rápido por los controles de equipaje porque la señora se puso "heavy" con los encargados, pero no así con los oficiales de migración. Cuando la señora dijo: "No puedo perder mi avión, por favor, apúrese", el oficial tomó las cosas con calma. Se reacomodó en su asiento y con un tono calmada y pausado empezó a preguntale: ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Cuánto tiempo permanecerá ahí? ¿En dónde se hospedará? ¿Con quién? ¿Cuánto dinero trae?... Cuando llegó mi turno, yo estaba más nervioso porque el tiempo pasaba y aún faltaban como 500 metros para llegar a la otra sala de abordar. El oficial me preguntó: ¿Vienes con la señora? Respondí, justo, lo que no tenía que responder: Sí. El oficial sonrió y, después, en tono serio, empezó a hacerme el mismo rosario de preguntas...
Para cuando sellaron mi pasaporte faltan alrededor de 10 minutos para abordar el avión. Tuve que correr. Cuando llegué me dijeron: "No puede abordar, por favor, espere". Eso hice. Pero una vez que la señora me alcanzó (la dejé en el camino cuando corrí) y al ver que le decían lo mismo, le preguntó a una muchacha de la aerolínea (muy guapa, por cierto) la razón por la cual no podíamos abordar. La pregunta fue hecha en un tono normal, pero quizá señora ya estaba estresada y sólo nos pedía que nos callaramos (a eso hay que agregar que estaba esperado un bebé). Tras pasar así varios minutos, un señor dijo que era un pésimo servicio y que pondría una queja. La muchacha se enojó muchísimo y le dijo en voz alta que tenía que esperar. Eso provocó que el señor se enojara y le pidiera su nombre. La muchacha mucho se levantó furiosa y le mostró su gafete y decía "cosas" en holandés. Yo me sorprendí muchísimo y me puse nervioso porque no sabía como terminaría todo. Quizá terminarían a golpes... uno nunca sabe.
Para cuando sellaron mi pasaporte faltan alrededor de 10 minutos para abordar el avión. Tuve que correr. Cuando llegué me dijeron: "No puede abordar, por favor, espere". Eso hice. Pero una vez que la señora me alcanzó (la dejé en el camino cuando corrí) y al ver que le decían lo mismo, le preguntó a una muchacha de la aerolínea (muy guapa, por cierto) la razón por la cual no podíamos abordar. La pregunta fue hecha en un tono normal, pero quizá señora ya estaba estresada y sólo nos pedía que nos callaramos (a eso hay que agregar que estaba esperado un bebé). Tras pasar así varios minutos, un señor dijo que era un pésimo servicio y que pondría una queja. La muchacha se enojó muchísimo y le dijo en voz alta que tenía que esperar. Eso provocó que el señor se enojara y le pidiera su nombre. La muchacha mucho se levantó furiosa y le mostró su gafete y decía "cosas" en holandés. Yo me sorprendí muchísimo y me puse nervioso porque no sabía como terminaría todo. Quizá terminarían a golpes... uno nunca sabe.
Por suerte, un señor (muy amable) nos explicó que el problema era con el equipaje y que teníamos dos opciones: esperar nuestro equipaje, lo cual implicaba tomar el vuelo de las 7 de la noche (eran las 2) o viajar a París sin él. Yo no tenía opción, tenía que viajar en París porque Juan Luis, el amigo por el cual hice este viaje, me esperaba. Cuando llegué París, en la zona de arrivos no encontré a mi amigo. Afortunadamente el susto, pasó pronto porque a los 5 minutos lo encontré pidiendo un sandwich en una cafetería. Obvio, corrí, lo saqué (ya no compró nada) y le expliqué la razón de mi retraso. Una vez que supo lo de mi equipaje fuimos a la oficina de Air France para reclamarlo y pedir que lo enviaran a su departamento.
En París llovía y hacía un frío terrible y, claro, ¿por qué no?, mi chamarra estaba en Amsterdam con el resto de mi equipaje. Pero no importaba, ya estaba en París y Juan Luis ya tenía planeado qué hacer el resto de la tarde.
Tomamos un autobús que nos dejaría justo frente al Arco del Triunfo. Un monumento colosal y que me dejó boquiabierto yTodo fue muy extraño. Estaba en París y no sentía esa "magia" que, se supone, uno experimenta cuando visita el antiguo continente. Estaba ahí y pero no me sentía ajeno. Aunque me sorprendía ver a gente de otra raza y cultura distintas. Por cierto, había ruido, como en cualquier metrópoli, pero nada parecido al ruido de nuestro país. El ruido que escuchaba mientras caminaba en Champs Élyseés era el de las pisadas, algunos murmullos y los autos circulando. Nunca escuché nada parecido al argüende y griterío que es tan propio de la ciudad de los Palacios. Mientras recorríamos Champs Élyseés, Juan Luis me daba una introducción para sobrevivir en tierras parisinas. Pronto llegamos a la Plaza de la Concordia donde empecé a tomar fotos cual chino en Disneylandia. Por cierto, he de reconocer la paciencia de Juan Luis para esperarme cada que quería tomar una foto.
Luego de retratar el Obelisco que Napoléon se "pirateó" de Egipto, entramos a un jardín precioso y que conduce directamente al Museo de Louvre. Juan Luis, conociéndome, me llevó de inmediato. Tuvimos mucha suerte. Los viernes primero de cada mes, de 6 a 9 p.m., la entrada es gratis.
El Louvre
En estas cuantas horas, dimos un recorrido muy rápido. Y vimos algunas de las obras más populares del museo como la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, la Giocconda. Por cierto, nada espectacular. Aunque pasé un buen rato mirando el cuadro y aunque reconozco la grandeza de Leonardo como pintor, la obra que, en mi opinión, valía la pena de esa sala estaba justo enfrente: Las Bodas de Caná. Mientras la había la gene se agolpaba para ver la obra de Da Vinci, yo me senté a admirar la obra del Veronés.
Aun no salía del trance cuando mi amigo, me condujo a una sala repleta de Rubens. Majestuosa. ¡Lo mejor de todo es que estaba vacía! Eso he de agradecérselo a Dan Brown. Pero lo mejor llegó cuando Juan Luis me presentó a su pintor predilecto: Rembradt. No es para menos, la técnica para darle vida a sus cuadros mediante la profundidad en la mirada en sus retratos y la oscuridad misteriosa en que están envueltos sus cuadros me resultaron extraordinarios. ¡Qué gran pintor!
En París llovía y hacía un frío terrible y, claro, ¿por qué no?, mi chamarra estaba en Amsterdam con el resto de mi equipaje. Pero no importaba, ya estaba en París y Juan Luis ya tenía planeado qué hacer el resto de la tarde.
Tomamos un autobús que nos dejaría justo frente al Arco del Triunfo. Un monumento colosal y que me dejó boquiabierto yTodo fue muy extraño. Estaba en París y no sentía esa "magia" que, se supone, uno experimenta cuando visita el antiguo continente. Estaba ahí y pero no me sentía ajeno. Aunque me sorprendía ver a gente de otra raza y cultura distintas. Por cierto, había ruido, como en cualquier metrópoli, pero nada parecido al ruido de nuestro país. El ruido que escuchaba mientras caminaba en Champs Élyseés era el de las pisadas, algunos murmullos y los autos circulando. Nunca escuché nada parecido al argüende y griterío que es tan propio de la ciudad de los Palacios. Mientras recorríamos Champs Élyseés, Juan Luis me daba una introducción para sobrevivir en tierras parisinas. Pronto llegamos a la Plaza de la Concordia donde empecé a tomar fotos cual chino en Disneylandia. Por cierto, he de reconocer la paciencia de Juan Luis para esperarme cada que quería tomar una foto.
Luego de retratar el Obelisco que Napoléon se "pirateó" de Egipto, entramos a un jardín precioso y que conduce directamente al Museo de Louvre. Juan Luis, conociéndome, me llevó de inmediato. Tuvimos mucha suerte. Los viernes primero de cada mes, de 6 a 9 p.m., la entrada es gratis.
El Louvre
En estas cuantas horas, dimos un recorrido muy rápido. Y vimos algunas de las obras más populares del museo como la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, la Giocconda. Por cierto, nada espectacular. Aunque pasé un buen rato mirando el cuadro y aunque reconozco la grandeza de Leonardo como pintor, la obra que, en mi opinión, valía la pena de esa sala estaba justo enfrente: Las Bodas de Caná. Mientras la había la gene se agolpaba para ver la obra de Da Vinci, yo me senté a admirar la obra del Veronés.
Aun no salía del trance cuando mi amigo, me condujo a una sala repleta de Rubens. Majestuosa. ¡Lo mejor de todo es que estaba vacía! Eso he de agradecérselo a Dan Brown. Pero lo mejor llegó cuando Juan Luis me presentó a su pintor predilecto: Rembradt. No es para menos, la técnica para darle vida a sus cuadros mediante la profundidad en la mirada en sus retratos y la oscuridad misteriosa en que están envueltos sus cuadros me resultaron extraordinarios. ¡Qué gran pintor!
Aunque disponíamos de media hora más para ver más obras del Louvre, tuvimos que dejar el museo porque teníamos planeado hacer el recorrido en el Sena, o bien, subir a la Torre Eiffel. Al final no hicimos ninguna de las dos. Eso sí, pude disfrutar de una buena panorámica de la torre desde Trocadero. Vaya si los franceses saben sacar partido de sus monumentos. Ese mismo día me subí al metro parisino, el cual, me parece, es una cosa sui generis, luego escribiré porqué. Aunque era tarde y estaba agotadísimo le pedí a Juan Luis que caminaramos hasta su departamento. Fue un recorrido bastante agradable. París es una ciudad segura, aunque es posible encontrar a carteristas en lugares turísticos. En fin, llegamos al departamento de mi amigo, cenamos, escribí un mail a mis amigos en el Ipade que, por cierto, contestaron casi de inmediato y, por fin, dormí.